Junto a Sifu John Wong, hijo de Wong Shun Leung, frente a la estatua de Bruce Lee situada en Avenida de las estrellas de Hong Kong
El Wing Chun es un arte marcial que no busca la fuerza ni la espectacularidad, sino la eficiencia. Detrás de su aparente sencillez hay un método de entrenamiento muy preciso, diseñado para desarrollar control, equilibrio y sensibilidad. A diferencia de otros sistemas que priorizan la potencia o la resistencia, el Wing Chun se centra en comprender cómo funciona el cuerpo y cómo usarlo con la máxima eficacia posible.
Todo comienza con la estructura. La base del entrenamiento enseña a colocar el cuerpo de forma alineada, sólida y relajada a la vez. Cada movimiento tiene un propósito y un sentido dentro de la línea central, ese eje imaginario que conecta nuestro centro con el del oponente. Aprender a protegerla y a controlarla es una de las claves del sistema. En las primeras etapas se trabaja la forma Siu Nim Tao, una práctica aparentemente simple que exige atención y precisión. En ella se construye la estructura corporal y se aprende a mover desde el centro, sin esfuerzo innecesario.
A medida que el alumno avanza, las formas y los ejercicios se vuelven más dinámicos. Chum Kiu enseña a conectar el movimiento con el desplazamiento y a mantener la estructura en movimiento, mientras que Biu Jee explora la recuperación del equilibrio y la adaptabilidad. Todo el método está pensado para que el practicante entienda cómo generar potencia desde la relajación, cómo mantener la estabilidad bajo presión y cómo responder con naturalidad ante cualquier cambio.
Uno de los aspectos más característicos del Wing Chun es el entrenamiento de la sensibilidad. En lugar de reaccionar visualmente, el practicante aprende a sentir la intención del otro a través del contacto. Ejercicios como el Chi Sau o el Poon Sau desarrollan esa capacidad de escuchar con los brazos, de percibir tensiones, direcciones y vacíos. Este tipo de práctica no busca “ganar” un intercambio, sino mejorar la capacidad de respuesta, eliminar la rigidez y afinar la percepción. Con el tiempo, la sensibilidad se convierte en una herramienta de control: no solo físico, sino también emocional.
El control es, de hecho, una de las metas más importantes del entrenamiento. Control del propio cuerpo, del espacio, del ritmo y de la mente. En Wing Chun se aprende a actuar con intención, no por impulso. El practicante busca la calma incluso bajo presión, y es esa serenidad la que permite reaccionar de forma eficiente. Cuando cuerpo y mente están coordinados, la técnica surge sin esfuerzo.
Todo este método, paso a paso, no pretende crear luchadores mecánicos, sino personas más conscientes y equilibradas. El proceso de entrenamiento transforma la forma en que uno se mueve, piensa y reacciona. Lo que al principio parece un sistema marcial termina siendo una vía de autoconocimiento, una práctica que desarrolla atención, disciplina y confianza.
En la escuela, cada alumno aprende a adaptar el método a su propio cuerpo, sin forzar, sin imitar, entendiendo que el progreso real viene de la comprensión y no de la repetición ciega. Esa es la esencia del Wing Chun: aprender a usar lo mínimo para conseguir lo máximo, desde la estructura, la sensibilidad y el control.
